lunes, 22 de mayo de 2017

Los efectos de nuestras sombras. Por Juan Carlos Arroyo


Las sombras son esos aspectos que no nos gustan de nosotros mismos. Eso que no mostramos o que intentamos no mostrar. Son esas cualidades que escondemos porque nos avergonzamos de ellas. Es eso que no queremos que forme parte de nosotros. Sabemos que están ahí y que aparecen cada día en forma de pensamientos, pero las ocultamos. Las sombras son, pues, nuestra vulnerabilidad.

En una sociedad en la que hemos de ser perfectos, o mejor dicho, tenemos que aparentar que lo somos, porque así es como pensamos que se nos reconoce y se nos valora, mostrar nuestra vulnerabilidad puede parecer que es correr un alto riesgo existencial.

Eso es lo que creemos. Es una creencia que nos limita enormemente, porque nos impide aceptarnos tal y como somos. Nos impide enfrentarnos a nuestra autenticidad, a nuestra verdad, nos guste esta o no. En definitiva, nos impide ser.

Y el engaño persiste en la medida que esa creencia nos miente haciéndonos creer que nos ayuda a sobrevivir con nuestras sombras. ¿Cómo lo hace? Pues nos crea un personaje para que no reconozcamos que las tenemos y para poder tener nuestro sitio en la sociedad. Es cuando nuestro ego (filosófico) se crea una máscara que se alimenta de la falsedad y que utiliza la mentira para mantenerse firme e importante. Y como a este ego aparente y superficial solo le gusta la claridad y lo bonito, entonces se marca la tarea de generar más luz. Lo hace creándonos falsas cualidades que se inventa para que podamos sobrevivir, eso sí, con insatisfacción patológica.

Las sombras son, pues, las enemigas del ego y, si en un momento de lucidez y autenticidad, las reconocemos y las mostramos, entonces este se siente herido. A partir de ahí: fingimos, mentimos, justificamos, etcétera. Es decir, hacemos de todo para aparentar eso que no somos, eso que odiamos.

Y es que en lugar de confrontar nuestra propia oscuridad, lo que hacemos es proyectar en los demás estas cualidades no deseadas. Por eso, cuando algo nos molesta en exceso de otros, dice más de nosotros mismos que de ellos.

En definitiva, estas sombras no nos dejarán en paz si no somos capaces de ocuparnos de ellas. Y si no lo hacemos, entonces persistirán y serán ellas las que se ocupen de nosotros. Como consecuencia de esto, acabarán apareciendo. Y cuando lo hagan, nuestro ego se sentirá traicionado y reaccionará de forma desproporcionada.

Ahora bien, si nos concedemos la suficiente serenidad y autoconfianza para aceptarlas y no avergonzarnos de ellas, entonces nuestra alma dejará de ser un lugar de contradicción, de paradoja y de ambigüedad.

Por eso, cuando abrazamos nuestras sombras, estamos abrazando a quienes somos realmente. Es entonces, al reconciliarnos con nuestra totalidad, cuando experimentamos la libertad. De esta forma nos enfrentamos a nuestra oscuridad y hallamos la luz plena.

De ahí que para llegar a permitir que nuestra luz brille en todo su esplendor tengamos que aceptar las sombras. Por eso, si no nos aceptamos a nosotros mismos en toda nuestra plenitud, será nuestra luz la que más nos asuste

José Carlos Arroyo

Orientador filosófico, coach y escritor

jueves, 18 de mayo de 2017

Mas de 50

SI miramos con cuidado podemos detectar la aparición de una franja social que antes no existía: la gente que hoy tiene entre cincuenta y setenta años:
A este grupo pertenece una generación que ha echado fuera del idioma la palabra "envejecer", porque sencillamente no tiene entre sus planes actuales la posibilidad de hacerlo.
Se trata de una verdadera novedad demográfica parecida a la aparición en su momento, de la "adolescencia", que también fue una franja social nueva que surgió a mediados del S. XX para dar identidad a una masa de niños desbordados, en cuerpos creciditos, que no sabían hasta entonces dónde meterse, ni cómo vestirse.
Este nuevo grupo humano que hoy ronda los cincuenta, sesenta o setenta, ha llevado una vida razonablemente satisfactoria.
Son hombres y mujeres independientes que trabajan desde hace mucho tiempo y han logrado cambiar el significado tétrico que tanta literatura latinoamericana le dio durante décadas al concepto del trabajo. Lejos de las tristes oficinas, muchos de ellos buscaron y encontraron hace mucho la actividad que más le gustaba y se ganan la vida con eso. Supuestamente debe ser por esto que se sienten plenos; algunos ni sueñan con jubilarse. Los que ya se han jubilado disfrutan con plenitud de cada uno de sus días sin temores al ocio o a la soledad, crecen desde adentro. Disfrutan el ocio, porque después de años de trabajo, crianza de hijos, carencias, desvelos y sucesos fortuitos bien vale mirar el mar con la mente vacía o ver volar una paloma desde el 5º piso del departamento.
Dentro de ese universo de personas saludables, curiosas y activas, la mujer tiene un papel rutilante. Ella trae décadas de experiencia de hacer su voluntad, cuando sus madres habían sido educadas a obedecer y ahora pueden ocupar lugares en la sociedad que sus madres ni habrían soñado en ocupar.
Algunas se fueron a vivir solas, otras estudiaron carreras que siempre habían sido exclusivamente masculinas, algunas estudiaron una carrera universitaria junto con la de sus hijos, otras eligieron tener hijos a temprana edad, fueron periodistas, atletas o crearon su propio "YO, S.A.". Este tipo de mujeres nacidas en los 50s o 60s. no son ni por equivocación las clásicas "suegras" que quieren que los hij/as les estén llamando todos los días, porque ellas tienen su propia vida y ya no viven a través de la vida de los hijos. Su camino no ha sido fácil y todavía lo van diseñando cotidianamente.
Pero algunas cosas ya pueden darse por sabidas, por ejemplo que no son personas detenidas en el tiempo; la gente de "cincuenta, sesenta o setenta"", hombres y mujeres, maneja la compu como si lo hubiera hecho toda la vida. Se escriben, y se ven, con los hijos que están lejos y hasta se olvidan del viejo teléfono para contactar a sus amigos y les escriben un e-mail con sus ideas y vivencias.
Por lo general están satisfechos de su estado civil y si no lo están, no se conforman y procuran cambiarlo. Raramente se deshacen en un llanto sentimental. A diferencia de los jóvenes; los sexalescentes conocen y ponderan todos los riesgos. Nadie se pone a llorar cuando pierde: sólo reflexiona, toma nota, a lo sumo… y a otra cosa.
La gente mayor comparte la devoción por la juventud y sus formas superlativas, casi insolentes de belleza, pero no se sienten en retirada. Compiten de otra forma, cultivan su propio estilo…
Ellos, los varones no envidian la apariencia de jóvenes astros del deporte, o de los que lucen un traje Armani, ni ellas, las mujeres, sueñan con tener la figura tuneada de una vedette. En lugar de eso saben de la importancia de una mirada cómplice, de una frase inteligente o de una sonrisa iluminada por la experiencia.
Hoy la gente de 50 60 o 70, como es su costumbre, está estrenando una edad que todavía NO TIENE NOMBRE, antes los de esa edad eran viejos y hoy ya no lo son, hoy están plenos física e intelectualmente, recuerdan la juventud, pero sin nostalgias, porque la juventud también está llena de caídas y nostalgias y ellos lo saben. La gente de 50, 60 y 70 de hoy celebra el Sol cada mañana y sonríe para sí misma muy a menudo…hacen planes con su propia vida, no con la de los demás. Quizás por alguna razón secreta que sólo saben y sabrán los del siglo XXI.