Qué horas son, mi corazón…
Pero no hay nadie y el no viene, es un fantasma que crea mi ilusión. Y que al desvanecerse va dejando su visión, cenizas en mi corazón.
La soledad nunca me ha caído mal. Incluso podría decir que nos llevamos bastante bien. Pero es tan amplia y difícil de abarcar que me detendré, tan sólo, en algunos aspectos.
Diré, para comenzar, que hay tiempos para la soledad, incluso horarios para la soledad.
La hora facilita su interpretación, pero a su vez la vuelve tendenciosa.
También es importante la ubicación que uno adopte frente a esa soledad, puesto que no es lo mismo abandonar que ser abandonado… Allí la soledad se potencia, incluso cuando tengamos argumentos sólidos como para considerar al abandonador una vil rata de alcantarilla. No alcanza. Ni le digo si hemos quedado atados a ese espectro considerándolo “lo mejor que nos pasó en la vida”. Allí la soledad se vuelve una amiga insoportable. Pero, no creo que la soledad sólo se interpreta si uno ha quedado pasivamente anudado, no. También cuando se es activo frente a la decisión, se topa uno con la soledad en algunos momentos: en algunos horarios, insisto, que no es siempre.
Si a usted lo han abandonado, amanecer tiene un sabor cruel que nos hace creer que nada tiene sentido porque no ha llamado ayer, entonces: A qué amanecer? Sin embargo ya pasado el desayuno uno cobra un valor narcisista que nos deja entrever que su presencia no es vital, que tan mal no estamos y que se puede seguir adelante. No bajo el mandato de “otro llegará”, sino bajo la certeza de que esta soledad no está tan mal. Claro, a las diez de la mañana uno cree que puede sólo, pero este pensamiento varía notablemente en cuanto el mundo empieza a frenar para “tender la mesa” y ni le digo cuando ya se ha comido y no hay nada más para hacer que mirar la tele o sestear. La cabeza nos vuelve a advertir su ausencia o, lo que es mejor, el peso de nuestra soledad. Porque no es lo mismo sentir que “nos hace falta”, a sentir que esta soledad nos está matando. Casi podría asegurar que uno se enamora de uno mismo, ese “uno mismo” que hasta antes de conocerlo/a no existía, entonces con su ausencia física, se va nuestro “uno mismo” desconocido, pero mucho mas interesante que este yo que convive conmigo desde hace tanto y no me ha devuelto nunca una pared. Allí duele la soledad, ya que no la ausencia del susodicho. Soportar la siesta bajo un eco que nos anuncia que no hay nadie alrededor, se nos torna insoportable. Pero en cuanto el mundo vuelve a andar, allá tipo 6 o 7 de la tarde y caminamos por las calles volvemos a creernos inquebrantables, enteritos y campantes. Mientras que la noche, señores míos, es genuinamente una hija de la gran puta!!! Se apoya la cabeza en la almohada y uno se siente la peor de todas. La más solitaria del mundo. Poco menos que un rival directo de su cabeza que le advierte sin clemencias que uno esta rotundamente sóla y que del otro lado el mundo sonríe tan liberal que nos da asco pensarlo. Por allá llega el sueño y algún que otro deseo de inmolarse en defensa propia. Pero no hay caso, el tiempo pasa lento y giramos de un lado a otro la cabeza que nos conversa siempre de lo mismo y sintonizamos algún dial que nos hable de otra cosa o ponemos la tele para que se duerma después que nosotros y nos haga compañía en éste duelo. Somos, mi querido amigo, los más pasivos de la tierra.
Sin embargo nuestra burlona sesera nos da una tregua y nos deja descansar en paz, aunque con algún sueño recordatorio. Pero nos deja dormir al menos hasta que suene el despertador y uno deba volver a amanecer servicial para las tareas diarias que nunca supieron tan mal como ahora, pero que no podemos abandonar.
O, hasta que caiga un mensaje de quien nos dejó sumidos en esta desolación, que ya pasado de escabio, por allá a las 5 de la mañana y bajo una soberbia derrota en la que no se ha conseguido partenaire, siente que nunca nos ha amado tanto y que ha sido un gravísimo error dicho abandono y entonces nos escribe un simple “te extraño”. Si fuera que sólo nos despierta no sería tan grave. Lo grave es que nos hace creer que ese mensaje guarda un sentimiento genuino y allí volvemos a sonreír porque aún se puede, porque aún nos piensa y nos desea.
Pero aquí llego yo, como un paladín de la justicia a decirle que ese mensaje, como todos sabemos y ninguno quiere creer, no es para nosotros, sino que, desde su rol activo, le escribe a su propia soledad para que haga algo con él, que no lo deje dormir sólo esta noche… y mañana… y mañana… Se verá!
De cualquier modo, este paladín de la justicia, incluso cuando tiene los bolsillos abarrotados de piedras y un deseo gigante por tirar alguna, decide no hacerlo porque no esta tan segura de estar libre de pecados…